¿Por qué no nos comportamos como niños?
Nos pasamos el día exigiendo a nuestros hijos un comportamiento moral impecable: no te pelees, busca la manera de solucionarlo, habla con él/ella, cuando él/ella deje el juguete lo coges tú, etc.
¿Y qué hacemos los adultos cuando nos encontramos en la misma situación?
Os lo voy a decir:
- Nos enfadamos.
Hasta aquí bien, nuestros hijos se enfadan también y es una reacción natural y sana. - Dejamos de hablar al otro.
Mal, porque nos guardamos lo que queríamos decirle y eso genera rencor.
Luego, ese rencor tarde o temprano saldrá en cualquier conflicto que volvamos a tener, pero multiplicado por mil porque lo habremos fermentado y alimentado con rabia en nuestro interior. - Nos criticamos a nuestras espaldas.
Mal. ¿Acaso nos gustaría que nuestros hijos hicieran eso con sus compañeros de clase?
¿No les decimos acaso que tienen que aprender a resolver sus conflictos hablando, si, pero hablando con la persona con la que tienen el conflicto? - Nos gritamos.
Lo que no nos supimos decir en su momento, nos lo gritamos para que el otro vea lo realmente cabreados que estamos.Porque estamos muy cabreados y queremos que el otro se de cuenta del daño que nos ha hecho.
Pero, ¿qué les decimos a nuestros hijos que hagan?
Les decimos que pongan palabras a lo que sienten: “me has hecho daño”, “no me gusta que me digas eso”.
No les decimos que griten al otro, ¿a que no?
¿Nos gusta ver a nuestros hijos comunicarse a grito pelao con sus semejantes?
No sabemos ponernos límites saludables entre los adultos, no sabemos decirnos la palabra NO. Y cuando por fin nos atrevemos a hacerlo, lo hacemos de forma agresiva.
- Damos portazo y nos vamos.
Eludimos seguir el diálogo cuando ese diálogo no fluye por el camino que queremos.
O porque no conseguimos los suficientes apoyos.
O porque el otro nos grita o nos habla mal (consecuencia del punto anterior).¿Como nos gustaría que nuestros hijos actuaran en esa situación?
Evidentemente, ante una persona/situación dañina y que no nos aporta nada bueno lo mejor es decir: “adéu, bon vent i barca nova“. Pero no es el caso al que me refiero.
Me refiero a lo que nos gustaría que hicieran si tienen conflictos de opinión con personas con las que tienen que convivir cada día. Ya sea compañeros de clase o de trabajo.
¿Nos gustaría que dieran el portazo, se fueran enfadados y se llevaran su dosis de rencor para fermentar?
¿O nos gustaría que comunicaran al otro como se sienten, que escucharan la versión del otro y que llegaran a un acuerdo (o como mínimo, a un pacto de convivencia)?
Porque, nos gustan los acuerdos. ¿Verdad?
¿Hay alguien aquí al que no le guste llegar a un acuerdo?
A todos nos gusta resolver conflictos pacíficamente.
Nos hinchamos de orgullo como pavos cuando la profesora nos comenta: “hoy X ha tenido un conflicto con W pero lo han solucionado “.
Y además, ¡vemos a X jugando con W como si no hubiera pasado nada!
Que fuerte, ¿verdad? Parece magia.
Imagínate ahora teniendo un conflicto con alguien, y al cabo de un rato tomandote un café y riéndote junto a esa persona.
Molaría MUCHO.
¿Y por qué no lo hacemos?
Porque tenemos el ego muuuy grande.
Soy: YO y MIS PROBLEMAS. Un pack.
Que choca contra el ego de la otra persona, como dos elefantes marinos dándose trompazos.
Y el ego, aquella parte nuestra que siempre cree tener la razón, no nos deja ver a la persona que hay detrás.
La persona que está dolida, sufre y quiere que el otro sepa de alguna manera su dolor.
Porque no hablamos las cosas en el momento que toca.
Porque nos hicieron callarnos de niños, nuestros padres y profesores. Pero ya no somos niños. Ya no tenemos padres/profesores que nos griten “¡cállate!”, “¡no me importa lo que digas!”, “¡deja hablar a los mayores!”.
Porque no sabemos poner límite al otro sin ser agresivos.
Pues bien. Dicho todo este rollo, mi propósito para este año es ser lo suficientemente adulta para aplicarme el cuento cada vez que tenga un conflicto con otro adulto.
Y comportarme tal como lo haría un niño.
Y mi deseo es que, cada uno de los adultos que tengo a mi alrededor, se lleve la parte de este mensaje que le resuene. Y que le sirva (como me ha servido a mi), al menos, para darse cuenta de las incongruencias en las que caemos los adultos.
Y pensemos que somos el espejo en el que nuestros hijos se miran, por mucho que a nosotros nos pese.
Con amor,