
Todo comienza con la típica anécdota de Halloween…
El jueves tarde, la víspera de Todos los Santos, volvía a casa con mis dos peques.
Ya estaba anocheciendo cuando pasamos por delante de un colegio, en el que habían estado celebrando una fiesta y todavía quedaban algunos niños disfrazados.
En ese momento me di cuenta de que mi hija mayor, que caminaba a mi lado, se apretó contra mi mientras escondía la cabeza bajo mi brazo.
¿Qué pasa?
Miré delante mío y en medio de la acera había, inmóvil, un niño disfrazado con una máscara.
Evidentemente, el chavalín lo hacía sin maldad; para él era un juego el asustar a los que pasábamos por allí. Pero el caso es que mi hija se asustó de verdad.
Yo, que iba empujando el carrito del pequeño le dije “¿me dejas pasar?”, lo más amablemente que pude mientras en mi fuero interno me aguantaba las ganas de darle una colleja.
“¿Estás bien?” le pregunté a mi hija cuando pasó un rato.
“Si mama. Pero es que, ¿sabes?, las máscaras me dan miedo. Los disfraces no, pero las máscaras si. No me ha gustado nada esa máscara.”
Atando cabos
Mi hija no es el primer niño (ni el primer adulto) al que oigo decir que no le gustan nada las máscaras.
Creo que la respuesta está en la conexión de esas máscaras con aquello que representan.
Hay máscaras muy poderosas. Porque tienen un egrégor muy grande.
Para que nos entendamos, un egrégor es un “peso espiritual asociado a algo”, que se ha formado en base a los pensamientos y opiniones, normalmente negativas, de mucha gente.
Cuando miramos una máscara con un egrégor muy fuerte, inconscientemente conectamos con aquellas sensaciones asociadas a él:
Miedo, ira, muerte, rabia, alegría, diversión, ironía, secretos…
Ni siquiera es necesario que la persona sepa a quién o a qué representa esa máscara. Porque ese mecanismo actúa en nosotros de forma totalmente inconsciente.
En el momento en que te haces consciente de qué emoción ha despertado en ti esa máscara, dejas de estar bajo el influjo del egrégor.
Todos somos susceptibles de conectar con los egrégores negativos, y más en estas fechas, en que estamos rodeados de máscaras, objetos y otras referencias relacionadas con emociones asociadas al terror.
Y somos suceptibles de conectar, porque esas emociones las tenemos también dentro de nosotros.
Si os digo qué emociones despertó en mi aquella máscara con solo mirarla un segundo, ¿qué pensaríais?
Seguro que adivinaríais de qué personaje se trata. Pero mi hija de 6 años se asustó de verdad. Y ella, aunque no está al tanto de las noticias, también está conectada al inconsciente colectivo. Tuvo miedo sin saber por qué.
Pero yo si sabía a qué tuve miedo:
Miedo a la muerte y a niños que acaban suicidándose.
Espero que a partir de ahora miréis a las máscaras con otros ojos. No se trata de iniciar una campaña anti-máscaras y quemar los escaparates los días previos a Halloween, pero sí de tener consciencia sobre a qué tipos de energía decidimos exponernos y exponer a nuestros hijos 😉
Con amor,
