Estos días todos hemos conectado de una u otra forma con la Naturaleza.
Al salir tras tantos días de reclusión notábamos el aire más limpio, el cielo más azul, el olor de la hierba, el verde más verde…
Nos hemos dado cuenta (tarde, quizá) de que la Naturaleza es uno de los pilares básicos de nuestra supervivencia.
Y no lo digo en modo “ecologista new age”. Lo digo a nivel de supervivencia básica, tanto física como mental y emocional.
La Naturaleza es sanadora, en todos los aspectos
Lo primero que ha hecho la gente al salir de casa es ir al campo.
¿Dónde me voy a pasear? Pues a las afueras, buscando salir del asfalto de la manera que sea. O buscando el olor del mar en los paseos marítimos.
Después de la reclusión nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu ansían reconectar con lo natural.
Aunque no nos demos cuenta, “la cabra tira p’al monte”, en el sentido literal de la palabra.
Los que vivimos en ciudades hemos vivido este “éxodo campestre” de forma más intensa, ya que nuestra situación habitual era vivir entre coches, edificios, asfalto, contaminación y ruido.
Los árboles nos protegen
Los árboles nos protegen del calor y del impacto de las radiaciones, incluidas las electromagnéticas.
En plena canícula, está comprobado que la temperatura de las calles es menor si hay árboles que regulen el nivel de rayos solares que llegan al asfalto. Los árboles, en definitiva, nos salvan.
Pero además, hacen de pantalla de las radiaciones electromagnéticas de las torres de alta tensión, las antenas de telefonía móvil y otras fuentes de radiación artificial.
Antenas Cósmicas
En recientes paseos por mi ciudad he detectado zonas naturales en las que los árboles crecen más grandes y esplendorosos que en otras. Zonas con una energía telúrica diferente y que no sabes bien cómo explicar.
He llegado a la conclusión de que en dichas zonas los árboles actúan de antenas cósmicas, canalizando la energía de la Tierra hacia el Cosmos, y trayéndola de vuelta. Una especie de chimeneas cosmotelúricas vegetales.
Si te sitúas cerca de una de estas zonas, sientes como si el tiempo se detuviera y el silencio fuese más espeso. Permitiéndote escuchar otros sonidos que antes no habías percibido, como el susurro de las ojas, el crujir de las ramas, o el piar de los pájaros. Tus sentidos se agudizan.
Tus ojos perciben la realidad más cercana, con más detalle.
Si eres de Ripollet, tal vez reconozcas alguno de los lugares que aparecen en las fotos. ¡Ya me contarás tu experiencia en ellos!
O si has descubierto algún otro, dímelo en los comentarios para que pueda ir a verlos… 🙂
Con Amor,
Me gusta esta pàgina, gracias
Muchas gracias!!